Nuestra cultura está imbuida del valor religioso de la vida y la muerte, conceptos que guardan especial reverencia; buscamos siempre en nuestra construcción de historia colectiva la inmortal presencia de figuras con valores humanistas, artísticos, académicos, patriotas y altruistas que nos sirvan de ejemplo generación tras generación; es así que como fuente de inspiración y remedio para la memoria, pueblos con especiales sensibilidades levantan necrópolis que exaltan la gratitud y el amor por sus antepasados. Es el cementerio de Salamina, una palpable muestra de fe, de los valores de sus hijos y del reconcimiento de sus personajes y su historia.
El significado del patrimonio ha presentado notables evoluciones. Hasta hace algunas décadas su definición estaba dada dentro del inmovilismo de la simple observación de una estructura antigua, con cualidades estéticas indudables, pero reduciéndola a un limitado valor monumental y arquitectónico: catedrales, castillos, palacios… hoy nos referimos a bienes de interés cultural, una sinergia entre la piedra y el espíritu, una amalgama de arquitectura, historia y panorama; es la observación en perspectiva y contextualizada del lugar y del espacio por parte del espectador, su interacción con el pasado y las transformaciones de la sociedad que ha vivido con esa magna construcción.
Actualmente en Salamina es frecuente hablar del “cementerio de la Valvanera”, una placa turística de la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia2 en el parque contiguo al lugar lo define de esa manera y en ella se lee una reseña histórica en parte inexacta y simplista, que no siendo el propósito de este escrito, bien podría ser objeto de investigación y análisis para revisar ciertos complejos y prejuicios clasistas. Hay quienes hoy – no se sabe con qué rigor histórico – lo llaman así, repitiendo imprecisiones que se cuelan en el imaginario de un pueblo que ya poco se interesa por la historia, que casi la ignora, y termina transmitiendo datos erróneos por simple sucesión.
Haré pues, un análisis detallado, crónicamente auténtico y fiel a los datos consignados por quienes han sido los más grandes referentes en el estudio de la historia de Salamina: el Pbro. Dr. Guillermo Duque Botero3 y Don Juan Bautista López Ortiz4. Es este un ejercicio para precisar el nombre del cementerio de Salamina, y para ello, “me pongo con humildad frente a los datos.” (Sarasa Gallego, p. 11)
ANTECEDENTES
El domingo 6 de Julio de 2014, el periódico La Patria de Manizales, publica en su tradicional separata cultural Papel Salmón un artículo titulado “Nuestra Señora de Valvanera. Arzobispo propone retomar nombre original para el cementerio de Salamina”5, haciendo referencia a una obra – hasta entonces inédita – del Pbro. Guillermo Duque Botero, en donde se soporta el entonces párroco de La Inmaculada Concepción de Salamina para aseverar que ese es el nombre original y la pertinencia de seguirlo llamando así. Dicho artículo entrega una serie de datos inconexos sobre la construcción del cementerio, la advocación de Nuestra Señora de La Valvanera, actividades y ejecutorias del Pbro. José Joaquín Barco, párroco de Salamina entre 1881 hasta su muerte en 1912, que crean la idea en el desprevenido lector, que verdaderamente es ese el nombre del lugar. El profesor Héctor Cataño Trejos, matemático, hombre sensible a las letras, el arte y la cultura, fue quien compiló el tomo IV de la monografía HISTORIA DE SALAMINA. VIDA PARROQUIAL. ESCRITOS SOBRE LA VIDA PARROQUIAL (1927-2016),
EN EL LEGADO HISTÓRICO DE SALAMINA, CALDAS (COMPENDIO) (Duque Botero, 2017), documento que se encontraba refundido en los anaqueles de la desaparecida Imprenta Departamental de Caldas, y que por la muerte de su autor en 1989, no alcanzó a ser publicado. Solo hasta el año 2017 el profesor Cataño, con grandes esfuerzos, logra editar la obra, y aunque no me contó los detalles, en sus palabras y en su rostro denotaba la odisea que resultó encontrar, reunir, y además anexar nuevos documentos para dar luz al último fruto del sacerdote historiador.
HISTORIA
Para claridad del lector, es adecuado precisar que algunos documentos son citados con la escritura original, en la que es evidente alguna inestabilidad ortográfica propia de la época, evidente en manuscritos del siglo XIX y anteriores en la América Hispánica.
Sobre el sitio del cementerio en el área de fundación de Salamina, dice Don Juan Bautista López en su obra (Salamina, de su historia y sus costumbres, pp. 87-88): “Formado el cuadro de terreno destinado para la plaza principal, única que posee la ciudad, se señaló el sitio para cementerio, a la distancia de 320 metros de aquella, en la parte más levantada del caserío.” Duque Botero en otra de sus obras historiográficas dedicada a la vida municipal de los siglos XIX y XX (Tomo I) transcribe las ordenanzas relativas a la acción administrativa del municipio entre 1843 y 1899 donde se lee (p. 160): (…) Parágrafo 3° El cimenterio no está fuera del poblado, pero se halla en uno de sus estremos hacia el occidente que no perjudica a la salud pública, su estención es la de ochenta varas por cada uno de los cuatro costados se está construyendo de tapias, i falta más de la mitad de la obra, porque se ha de levantar una capilla de doce varas de largo i ocho de ancha [sic] (…) Como citaremos más adelante, las reformas estructurales, adecuaciones y ornamentación, se han adelantado siempre en el lugar donde se dispuso originalmente.
Con fecha de 21 de agosto de 1870, aparece la primera referencia a la advocación de La Virgen de la Valvanera en la obra de Duque Botero (Historia de Salamina. Vida parroquial, pp. 67-68) donde registra: en esta fecha, monseñor José Joaquín Isaza, obispo de Evaria, coadjutor del ilustrísimo Señor Obispo de Medellín i Antioquia, firmaba el Auto de visita, en la ciudad de Salamina (…), y en la descripción que se hace de dicha visita anota: (…) La ciudad de Salamina es una población importantísima; está colocada sobre una cuchilla tendida que forma una planicie en donde colocaron la plaza y algunas de sus principales calles;(…) Salamina fue fundada en 1829 [sic], pues aunque no hemos encontrado su título de fundación, el primer libro de bautismos fue abierto por el primer Cura Presbítero Ramón Marín, en 18 de marzo de 1829. Fue fundada en terrenos del Señor Juan de Dios Aranzazu quien dio el área de población y además algunas montañas para repartírselas a los primeros fundadores(…) La iglesia fue dedicada a Nuestra Señora de Balbaneda [sic] (…)
La descripción que Monseñor Isaza hace de su visita a Salamina es muy completa, detallada en ubicación y geografía, prolija en el análisis de la naciente comunidad. Más adelante registra (p. 69): “Visitamos el cementerio y su capilla, ambos se conservan con aseo y en buen estado. El cementerio está bien cercado y limpio y la capilla es de regulares dimensiones y en ella se celebra el sacrificio de la Misa con alguna frecuencia.” Se puede inferir entonces que la nueva población contaba con un modesto templo central dedicado a la advocación de La Virgen de la Valvanera, y un cementerio no muy distante de la plaza central, sin que se mencione nombre alguno.
La Virgen de La Valvanera es una advocación mariana de la Sierra de la Demanda, en La Rioja, España y es una de las siete patronas de las Comunidades autónomas, entes territoriales administrativos en los que se divide el Estado español. El autor, en el cap. 8 dedicado a las festividades patronales, referencia la imagen de Nuestra Señora de Valvanera (pp. 155, 156): Dado que en sus comienzos “Nuestra Señora de Valvanera” fue la
10 patrona de este lugar, recordamos en primer término cómo el culto de esta hermosa advocación es de remoto origen; su imagen es una de las más antiguas de La Rioja (España)(…) En lo que respecta nuestro asunto, recordamos con Don Heriberto Zapata en su monografía de Sonsón: Entre los explotadores que al final del siglo XVIII se trasladaron de la loma de Maitamac a los valles altos, estaban don José María y don Francisco Buitrago, oriundos de Marinilla y más especialmente, en los primeros días del año de 1802, don José María y su esposa Nicolasa trajeron a la recién fundada población de San José de Ezpeleta de Sonsón, un cuadro de la virgen de la Valvanera, devoción que tenían como herencia familiar6. Y fueron otros devotos vecinos de la citada ciudad, quienes a su vez trajeron la imagen y la devoción a nuestros lares, conforme lo acreditan los siguientes testimonios: (…)digo yo Ildefonso González vecino de la parroquia de Salamina que me he obligado y obligo a hacer la fiesta de la virgen de valvanera patrona de éste lugar y para en caso de muerte u otro contratiempo y para que no quede la función sin su debido cumplimiento y solemnización, comprometo todos mis bienes habidos y por haber, y por especial hipoteca pongo mi casa donde vivo, y la montaña que me toca como poblador, y para que consté [sic] Salamina a 9 de Septiembre de 1835-Ildefonso González -Bruno Restrepo(…) A los Sres. Herrera Juan i Juan Josa Parra [sic] reunidos el día 24 del próximo pasado en la iglesia parroquial, el Sr. Cura Párroco, los alféreces que han hecho la fiesta de la patrona de este distrito en los años anteriores i el que suscribe [sic], han tenido a bien nombrarlos a U.U. para su inteligencia y cumplimiento – José María Duque.7
Es preciso inferir entonces, que un matrimonio de la ciudad de Sonsón difundió la devoción a la Virgen de La Valvanera, y que vecinos de esa población tomaron camino al sur de Antioquia, cruzaron la cordillera y fijaron residencia en la recién fundada Salamina, donde trajeron la imagen y el fervor. No existen documentos donde se defina su suerte, lo cierto es que fue la patrona del Distrito Parroquial de Salamina hasta la
6 Heriberto Zapata Cuéncar, Monografía histórica de Sonsón, Medellín, Centro de Historia de Sonsón, s.f., p.73. Referencia realizada por el autor.
7 Archivo de la Alcaldía de Salamina, Particulares, legajos 7 y 13. Referencia realizada por el autor.
11 llegada de un nuevo sacerdote, quien lo dedica a otro patrocinio. Al respecto dice el Padre Duque Botero (p. 156): Más tarde, el padre José Joaquín Barco estableció que la patrona fuese la misma excelsa Madre de Dios, pero ya bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, cuyo dogma había sido solemnemente proclamado por el Papa Pío IX, el día 8 de diciembre de 1854 por medio de la Bula Ineffabilis Deus. El padre Barco trajo la preciosa imagen que hoy se venera como tal en la parroquia.
Referenciados como han quedado los acontecimientos que dieron lugar a la dedicación de la nueva parroquia de Salamina y descritos con claridad ciertos sucesos asociados, es adecuado centrarnos ahora en la construcción del cementerio. En el mismo cap. 8 (pp. 162-163), en acápite titulado “EL CEMENTERIO” se encuentran las siguientes anotaciones: “Correspondió al padre Ramón Marín empezar la construcción de nuestra necrópolis en mismo sitio en donde se hallaba el antiguo cementerio”; y desglosa una cronología al respecto desde 1837 con la visita pastoral de Monseñor Juan de la Cruz Gómez Plata, Obispo de Antioquia, hasta 1892 cuando el Estado entrega nuevamente a las autoridades eclesiásticas la administración y reglamentación de todos los cementerios de la república, luego de que en 1877 la legislatura de Antioquia le quitara dicha potestad.
Para 1895 el Padre Barco pide permiso al obispo de Medellín para reedificar el cementerio y hacer colectas con tal fin, logrando que su solicitud sea aceptada y concede además cuarenta días de indulgencia a los que den limosnas. “Años más tarde, el padre Barco hacía la inauguración del cementerio y pronunciaba la oración de rigor el notable poeta y médico salamineño, doctor Pablo Emilio Gutiérrez8. Lástima que no conozcamos esta que sin duda sea una escogida página literaria y no sepamos la fecha de dicha inauguración” (p. 164), destaca el autor algunos monumentos de familias y personajes de la sociedad salamineña, y tomando las palabras del mismo doctor Pablo Emilio Gutiérrez describe la capilla actual: (…) de ojival estilo en forma de cruz de Malta, con la torre cúpula en el centro; con cincuenta y dos puertas que se alzan de improviso y se esconden a lo alto, tal como si ansiaran irse al infinito y dejar que todos los horizontes saluden con sus auras perfumadas al recinto de esa Joya, nacida del consorcio del arte, que fue de Tangarife (Don Eliseo Tangarife, maestro en la talla de madera) y del genio que fue el Padre Barco (pp. 122-164). Extensos párrafos dedicados a las festividades patronales, imágenes e iglesias y a la obra del cementerio en donde no se registra más que la arquitectura de su capilla y el valor artístico de sus mausoleos.
Cabe anotar que Don Juan Bautista López en el Tomo 1 de su monografía (Salamina, de su historia y sus costumbres) registra un hecho respecto a las campanas del primer y modesto templo de la población (pág.202): “(…) estaban colocadas en una plataforma chata e inelegante. De ese lugar pasaron a la capilla del cementerio y luego fueron trasladadas a la pequeña iglesia del Hospital San Juan de Dios.” Por referencias hechas en su obra sobre la Iglesia de Nuestra Señora de Las Mercedes, es factible que sus campanas – silenciadas desde hace algunos años por un incendio y un continuado deterioro estructural (que hoy resulta en una prolongada restauración) - sean las mismas que cita el autor, teniendo en cuenta que en el edificio contiguo funcionó el hospital que menciona y que luego se llamó Felipe Suárez9 en honor al sacerdote que dedicó sus energías a esa obra de piedad y cuyos restos reposan en dicha iglesia.
Como compilador de los manuscritos del Pbro. Dr. Guillermo Duque Botero, el profesor Héctor Cataño incluye una serie de documentos anexos que enriquecen el acervo histórico y literario en torno a la vida parroquial; en sus palabras “se hacen como presentes de la fuerza del pasado y de sus actores para dar más esplendor a la gran y variada producción literaria sentida por las generaciones anteriores y algunas de las actuales”. (Anexos, p. 227) Dichos documentos son útiles en la medida que personajes prominentes de la sociedad salamineña, cultivados en la cultura y las letras narran acontecimientos históricos desde sus memorias, lo cual nos lleva a profundizar en el verdadero nombre del cementerio y la ermita que lo corona, como quiera que un lugar tan especial dentro del centro histórico de la ciudad, con tan altas notas estéticas, que sosiegan el espíritu de quienes lo visitan y animan de alguna forma a los deudos de las almas que allí descansan, debe ser narrado dentro de una versión ecuánime del pasado que ilumina esta “ciudad luz.”
En la reseña de la Parroquia de La Inmaculada Concepción de Salamina, escrita por el abogado Dr. Aurelio Tobón Mejía10, con fecha de 1945 (según prólogo escrito por el Doctor Daniel Echeverri Jaramillo11), se leen las siguientes líneas (p. 373): (…) Pero la obra de construcción del Cementerio no se realizó hasta 1883, cuando el Padre Barco hizo de aquel lugar uno de los más atrayentes de la ciudad. Lo rodeó de firmes muros y en la parte de enfrente levantó una capilla ojival, de muy buen gusto, a la cual dotó de todo lo necesario para el culto. Construyó las bóvedas, aseó el campo y cultivó él mismo árboles y jardín, con cuidado y perseverancia. Todas las tardes, al caer el sol, el buen cura visitaba las tumbas en compañía de algún parroquiano –con alegría lo recuerdan aún muchos de ellos- y, acabada su labor de hortelano, encendía su cigarro. ¡Bella figura la del sacerdote sencillo y bueno que hasta los muertos atendía! (…); continúa el Dr. Tobón con hermosas alegorías, dibujando con palabras el lugar, y remata: (…) El actual párroco12 cubrió de mosaicos a lo largo de los sepulcros, mejoró la ornamentación de los jardines y con pintura dio un mejor aspecto a la Capilla y a los pilares del Claustro, devolvieron así al lugar la belleza que el Padre Barco le diera y que el tiempo le robara y haciendo del lugar algo digno de nuestros antepasados que allí esperan la resurrección de la carne(…) Un hermoso texto lleno de descripciones y metáforas, que aun así no identifica con nombre alguno el complejo sepulcral y arquitectónico.
En el cap. XV titulado “HISTORIA ECLESIASTICA” del Tomo 1 de su monografía sobre Salamina, Don Juan Bautista López hace la siguiente referencia (Salamina, de su historia y sus costumbres, p. 243): (…)el Padre Barco le dedicó los más asiduos e inteligentes cuidados, y gracias a su devoción y perseverancia y al perenne concurso de los vecinos, hoy tiene Salamina un cementerio que se halla en consonancia con las necesidades de la ciudad y despierta el sentimiento religioso y la espiritualidad del que lo visita. Desde entonces quedó construida la sencilla pero decente capilla que en ese lugar existe. Lejos de exhibir en aquel campo cuadros macabros y espeluznantes, la obra ostenta suma placidez y sentimiento sonriente y luminoso. Es un jardín ideal, de vegetación exuberante y alegre que florece bajo la calma augusta, en la serenidad inalterable que habita en esos pórticos de lo infinito. En su presencia, el alma cristiana se abisma en un piélago de sensaciones indefinibles y se apacienta en los ensueños místicos. El espíritu asciende y vuela en más encumbradas esferas, y acuden al corazón y los labios plegarias fervorosas y ardientes(…) Es esta otra extraordinaria pieza literaria que documenta hermosamente los espacios y la esencia del lugar, del cual afirma no exhibir cuadros ni esculturas que puedan denotar una dedicación específica a alguna iconografía o devoción popular.
EL DEBATE
Ahora bien, no hay duda de que hasta este punto tenemos suficiente ilustración para sustentar que el cementerio y su capilla no tienen un nombre específico, que los textos en los que se soporta esta investigación están disponibles, ampliamente referenciados, y hacen parte de la construcción histórica, además del departamento de Caldas, de ese monumental hecho cultural, económico y social que marcó el desarrollo de Colombia posterior al proceso de independencia que se denominó “La Colonización antioqueña”.......
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