A principios del siglo XIX cuando los campesinos levantaron las aldeas de Aguadas, Pácora y Salamina, tumbaron pedazos de selva y organizaron sus parcelas para cultivar productos de subsistencia, se fueron formando los futuros peones de las nuevas haciendas. La finca familiar se convirtió en el semillero de jornaleros agrícolas.
En el ambiente de la parcela los niños desempeñaban tareas que se convertían en diversión y entretenimiento, como garitear o llevar la comida a los mayores, recoger leña, espantar las ardillas y los pájaros que se comían el chócolo de la roza, traer agua y alimentar gallinas y cerdos. Pero por la observación se familiarizaron con los oficios de los adultos; por ejemplo, la destreza para derribar un árbol, rajar leña, sembrar maíz, fríjol y plátano, de modo que cuando llegaban a la mayoría de edad se podían convertir en peones.
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